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Del 16 de marzo al 29 de abril de 2012
“Una obra de teatro no existe como tal hasta que se estrena. Mientras, debe conformarse con pertenecer –si se publica– a la literatura dramática. Es lógico y comprensible que los autores aspiren a ver representados sus textos, aunque dicha aspiración esté cargada de peligros.
Una novela –como un poema– llega a las manos del lector prácticamente intacta. (La edición puede ser mala o buena, pero nada más). Las palabras son siempre las mismas por mucho que varíe el estado de ánimo de quien las lee. En este sentido, el teatro es un género esencialmente impuro. La inevitable –y necesaria– colaboración de los directores, los intérpretes, los escenógrafos y el público modifica la obra original hasta extremos en ocasiones insospechados. Por esta razón, los defensores de la pureza de los textos tienen –¡y lo saben!– la batalla perdida. El teatro es un cúmulo de admirables –o bochornosas– traiciones. Desconocer esta evidencia es como negarse a aceptar la muerte porque se supone que es malísima para la salud.
“Una obra de teatro no existe como tal hasta que se estrena. Mientras, debe conformarse con pertenecer –si se publica– a la literatura dramática. Es lógico y comprensible que los autores aspiren a ver representados sus textos, aunque dicha aspiración esté cargada de peligros.
Una novela –como un poema– llega a las manos del lector prácticamente intacta. (La edición puede ser mala o buena, pero nada más). Las palabras son siempre las mismas por mucho que varíe el estado de ánimo de quien las lee. En este sentido, el teatro es un género esencialmente impuro. La inevitable –y necesaria– colaboración de los directores, los intérpretes, los escenógrafos y el público modifica la obra original hasta extremos en ocasiones insospechados. Por esta razón, los defensores de la pureza de los textos tienen –¡y lo saben!– la batalla perdida. El teatro es un cúmulo de admirables –o bochornosas– traiciones. Desconocer esta evidencia es como negarse a aceptar la muerte porque se supone que es malísima para la salud.
Así hay que entender este juego escénico titulado Extraño anuncio: una idea, un argumento, unos personajes y unas frases que, con suerte, pueden facilitar la posibilidad de un buen espectáculo. Solo esto. La continuación será cosa del talento de todos los que intervengan en él.
Desde la modestia de quien comprende que, por ahora, únicamente forma parte de un propósito, el autor de la obra declara que se divirtió mucho al escribirla tal vez porque es un individuo que cree que lo mejor de la vida –lo menos malo, diríamos– es su capacidad de sorprendernos. La teatralidad de vivir es lo que mantiene nuestro interés por continuar, a pesar de conocer el desenlace. La biología es una excelente autora de teatro porque nos sorprende todas las mañanas: nada más fascinante que un buen dolor de cabeza cuando nos hemos acostado con un estupendo dolor de estómago.
Extraño anuncio quisiera llegar a convertirse en una sorprendida investigación sobre la inconsistencia de la realidad; un juego –conviene insistir en esta palabra- en el límite entre lo que ha ocurrido, lo que ocurre y lo que ocurrirá. Nadie es uno entero y de una vez; el fraccionamiento alucinante de nosotros mismos nos convierte al mismo tiempo en actores y público, en observadores y observados, en vivos y muertos.
Es posible que nunca hayamos existido. Y es probable, por lo tanto, que esta obra no se haya escrito nunca. O que se esté escribiendo todos los días.”
Adolfo Marsillach. Madrid, 27 de septiembre de 1992
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